top of page
Amalia M. Jimenez

Amalia M. Jimenez

  • MI AMIGO TÓXICO

    (Dedicado al que fumará, al que fuma y al exfumador)

     

    Era una tarde de esas tontas en las que, de golpe, te pesa el aliento y cada una de las escenas de tu vida están sobre tu espalda, una tras otra. Pesan tanto que no puedes soportarlas.
    Una de esas tardes, que también puede ser cualquier momento del día, en el que te cuestionas la vida. ¿Qué sentido tiene? ¿Qué es y para qué sirve? ¿Qué espera de ti? ¿Y tú de ella?
    Entelequias sin sentido.
    Esa tarde era. Fue. Lloraba pero no tenía un problema concreto, tenía acumulado muchos momentos... Bueno, en realidad no lo recuerdo.
    Tal vez fuera la responsabilidad del trabajo, de los hijos, el proceso de divorcio o quizás la vecina se había negado a prestarme la pastilla de caldo.
    No lo sé... Igual era que no estaba a gusto con mi pelo o que mi televisor estaba demasiado viejo.
    Quizás tenía que pintar la casa y no tenía ganas o estaba cansada de cocinar para tantos, o cansada de escuchar murmurar sobre mi, de mi vida.
    El caso era que Lloraba y no recuerdo por qué motivo.
    Estaba claro, clarìsimo, que tenia una juventud llena de responsabilidades y una vida llena de tantas consejeras melindrosas de vidas ajenas, que era imposible pasar desapercibida.
    Llegó. Ella, era de esas amigas que te visitan y con la que echas un rato de tertulia en la que puedes hablar un poquito de todo.
    Aquella tarde se sorprendió. Mi eterna sonrisa estaba transformada en lloro. Preguntó la causa de mi llanto y yo le contesté que no lo sabía. Era cierto, no lo sabía.
    Me pasaba de todo, pero no me pasaba nada. Se interesó po lo que tomaba. Entre lágrimas le dije, "una tila" A veces las tomaba en noches de desvelo, en momentos de inquietud, aunque era la hora de la siesta y normalmente tomaba té rojo, té verde... Uff aquella tarde era amarillo.
    Me ofreció un cigarrillo. Fumaba Fortuna. ¡No!, contesté. Odio el tabaco. No fumo. Ella exhalando una calada dijo que por uno no pasaba nada. ¡Lo cogí! Por uno no pasa nada. No pasó en la adolescencia no iba a pasar con treinta años.
    Aquella tarde fue diferente. Tú quisiste ser mi amigo y yo te convertí en uno. Tal vez te necesitaba, bueno, me miento a mi misma porque jamás te necesité. Rompí barrotes más fuertes y más duros sin ti.
    Pero aquella tarde, de hace vientres años comenzaste a ser mi amigo. Más tarde, con el transcurrir de los años sería conscientes de que eras un amigo tóxico.
    Pero podía llamarte amigo porque te tenía en noches de desvelo, de preocupaciones. Quemaba tus sustancias buscando las soluciones que necesitaba.
    Tengo que reconocer que contigo, pensé mucho y bien.
    Fuiste amigo de momentos, que teniendo mucho que hacer no sabes por dónde empezar. Amigo de horas que no pasan y que ayudas a correr en un reloj que miraba ansiosa.
    Al cabo de un tiempo fui consciente de tu mentira.
    Tú no solucionabas mi soledad, mis problemas ni buscarías un futuro mejor para mí y mis seres queridos. Fue un tiempo prudente en el que aprendí que contigo, entre las soluciones a los problemas, nacía el que tú, cometías conmigo; atentabas contra mi vida.
    Amigo, mi amigo; tú me estabas robándo la salud entre los buenos momentos y las risas que echábamos juntos.
    Sí, porque tengo que admitir que lo pasé muy bien contigo. También junto a otros amigos y compañeros que también te tenían. Chistes y risas, bailes y copas.
    A pesar de eso, comencé a comprender que tenía que alejarte de mí. Que eras un amigo tóxico, uno de esos que dicen quererte, pero que no dudan en clavarte un puñal a traición.
    Y con la dependencia creada, como si de un amor o una amistad se tratara, comencé a tejer la forma de abandonarte. Eran muchos años dependiendo de ti. Tenía que alejarte, dejarte morir y pasar mi duelo.
    Entre pruebas, medicamentos, charlas y el martilleo constante en la cabeza y con la ayuda de la bronquitis, de la neumonía y de tu mal olor, comencé a odiarte.
    Te he alejado de mí, aunque te echo de menos. Pero como a un amor que te hace daño, como a un amigo que te traiciona, como a una vecina que te critica, como a un compañero que te envidia; como a todo lo que me hace daño, tengo que abandonarte. Es como si hubieras muerto. ¡Te has muerto amigo!
    Rompí las cadenas con las que me ataste y he vuelto a ser libre . Sin ti, he vuelto a reír como una loca, a sentirme fuerte. Ya no necesito buscarte para pensar, decidir o sentirme tranquila. Ya no quiero que me acompañes a la playa, a la montaña, a tomar una copa, a bailar o que te pegues a mi boca después de comer o de un café.
    Sin ti, estoy mejor; ha sido igual que cuando te alejas de una persona que te contamina, que te frena, te entristece, te menosprecia. Todo alrededor se ha vuelto más puro y lo mejor es que, como soy consciente de ello, me siento más feliz.
    ¡Perdóname por abandonarte, amigo!

     

    Texto de, Amalia M. Jiménez, escrito al mes sin sin fumar
     
bottom of page