Lentamente cae. Como una gota de la nube que ha sido marcada por la muerte, un cuerpo termina su viaje estrellándose en la tierra, manchándola con un carmesí intenso que brota de sus venas abiertas. El último suspiro se escurre de su cuerpo. Ha sido llamado por la eternidad un muchacho que lleva por nombre Julián, su rostro se ve opacado por el frío de la desesperanza y el dolor que trae la muerte, su cuerpo se queda sereno tras la fuga de la vida. Y es así como aquel que ha peleado para poder elevar un sueño al alba emprende el camino para alcanzar su más preciado anhelo: Morir. Tras haber sucumbido ante el frío abrazo de la muerte, cae en un lugar donde una vez cada año la luz del sol ilumina y el paso de la noche dura lo que un suspiro, un lugar donde el silencio es más grande que el cielo mismo. El tono gris de este mundo se combina con las ropas de aquel muchacho que huyó. —Jamás creí en todo esto, pero puedo renunciar si quiero —dice con un tono irónico y los ojos cerrados. La lluvia comienza a caer en aquel lugar. Acto seguido, con un suspiro y con sarcasmo, musita: —Comenzará a llover, ¡qué ironía! Como si al cielo le importase mi vida —y aquí comienza su aventura.