Agustín Campos no necesita explayarse en largos poemas ni en abundantes páginas para abrir un resquicio y mostrarnos el infierno que, no por ser solo suyo, indisputablemente conocemos, por las alusiones a sus rasgos universales, que no dejan de resonar con el que siendo particular de cada uno y por ello intransferible, podemos comprender las referencias cuando lo nombra desde su palabra poética. Infierno a modo de estación ardiente a la que ha sido arrojado por efecto de un suceso del que se tiene plena conciencia de haberlo realizado, infierno cuyo fuego parejo lo escalda mientras le ratifica la evocación del sosiego perdido, infierno que en su permanencia largamente lo anoticia de que ya no será posible salir. Infierno al fin que lo enfrenta a otra comprensión acerca de que es un acto lo que precipita a otra vida. El haberse decidido a confesar un error, lo ha abismado a una posición insospechada y ya no podrá regresar a la confianza perdida, lo hará susceptible de ser traicionado y a sopesar venganza con su agobio, remordimientos con su pesadumbre, aún, lo atormentará el deseo imposible de retractarse.
Y en ese viaje, el autor de La otra vida, hará un reconocimiento implícito al pasado como fuente en que abrevar después de caer en el abismo. Será en el sondeo de las lecturas realizadas en tiempos anteriores, revisitando las palabras de sus autores atesorados. Cuyas citas manifiestan el eclecticismo de su formación. Se sabe por él mismo que ha tenido acceso desde su infancia a una voluminosa biblioteca familiar, así y por sus homenajes nos enteramos de sus diálogos interiores con Borges, Fijman, Bukowski, Pizarnik, Franz Marc, Cioran, Heráclito, con Dante quien le da plataforma para desarrollar su breviario, a raíz del episodio de Ugolino en la Divina Comedia.
Un libro el de Agustín Campos que nos lleva a discurrir y a concienciar respecto de las consecuencias de nuestros actos un rato antes de actuarlos.