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Morir en Cádiz de Alejo Piovano

Morir en Cádiz de Alejo Piovano

En Cádiz. Tarde calurosa. Una gran habitación. En una cama agoniza Don Benito

 

Azucena –Señor cura, si lo hice venir, es porque lo veo agonizante y trastornado. A veces esta consiente pero delira las más de las veces.

 

(El sacerdote se sienta junto a la cama en una silla que le acerca Azucena)

 

-Buenas tardes señor cura. Espero que me sepa escuchar y me haga sentir más cerca del Señor. He sido siempre creyente y poco practicante. Le pido morir con el auxilio de la confección. (Exaltado)Azucena también busca las cucharas del juego, tal vez están caídos en algún sitio.

 

- Sí, señor lo hare. Los dejo entonces. (Se va).

 

-Hermano, no siento necesidad de arrepentirme, pero sé no se me escapan los pecados cometidos. Estoy lleno de odio contra los que fueran mis compañeros en aquella tierra. Fui Primer Ministro y Presidente pero esos cargos solo me ha dado rencor e ira. Me voy mortificado con la vida y con los argentinos. Me aferro a reproches de los que me han infamado. Es mucho rencor para cargar. Quiero soltarla, y no puedo. Al menos quiero llegar al otro mundo con el alma libre. Ahora mismo estoy afligido porque note que me han robado seis cucharas de plata y oro de mi cubertería. Se me hace ridículo pensar de este modo. Es que no puedo arrancarme la ira. He sido humillado por mulato y por querer fundar una nación donde solo hay caos. Quise organizar un país pero me destruyeron con necedades desconfianzas, mezquindades, perversiones, alcahueterías, cinismos, hipocresías. Al pie de la muerte, pido que el señor me alivie del rencor y del odio que me destrozan. Son perros cimarrones furiosos.

 

(Se levanta de la cama y camina trazando círculos en torno al cura. Esta desosegado. Tiene una corta camisa que acentúa su figura panzuda sobre las delgadas piernas)

 

-Me llamaron doctor Chocolate y cien formas denigrantes. Argentinos hijos de las remil putas. Castrados, traidores, mezquinos. Cabrones. Las conchas muy putas de sus putas madres. Culos rotos.

 

(Se queda parado. Oye en la lejanía sin entender): … oleo sagrado espanta los demonios… uncido estás…misericordia. Señor líbralo de pecados…el te elevara y todo habrá terminado. (El sacerdote lo ha bendecido y piadoso reza de rodillas ) Ellos preferían ser las Provincias Unidas, bendecir al imperio. Idiotas, tarados, ciegos, cínicos. ¡Azucena busca esas cucharas!

 

(Afiebrado gira en tono al sacerdote sigue hablando, las figuraciones de sus pesadillas se redoblan en su cabeza.)

 

-¿Dónde estarán las seis cucharas? Pulidas, suavidad en sus líneas. ¡Azucena! Es como tener algo quieto que también tiembla…La belleza es fuego, tembloroso, inasible. El país es de matanzas, de hordas, degollamientos, y traiciones .Hemos sido arrojados al abismo. Las humillaciones son sicarios de cinta punzó. Estaba todo por hacerse y todo lo fueron rompiendo. Mazorca. Mazorca.

País miserable que aborta a sus hijos. Matarifes. Carniceros. Me hirieron una y otra vez. Me quedé con el rencor. Allá en el sur quedó la escoria del fracaso. Soldadesca cobarde incapaz de enfrentar al Brasil. Fuimos los guardianes de Potosí, soldados en cuarteles sujetos de la paga del Rey y el contrabando. ¿Alguien me recordara por dar el nombre de Argentina al país? Estaba rodeado de traidores, jefezuelos rapiñemos,

gauchaje con coraje de borracheras, con hombres negros que habían pasado por el árbol del olvido, y asesinados por indios y paisanos. Ese país es una vaca destrozada. El rencor me identifica, es lo que me han dejado. Señor cura me han tirado como basura, me afrentaron. El rencor me permite no olvidar, no perdonar, saber quién soy y quiénes son ellos. Han hecho de mi nombre un harapo. Tal vez no importe el olvido si se continúa la obra, pero ha sido destrozada. Intente un camino que fuera eje de la sociedad. Ay, ay, ay todo se lo llevara la muerte incluso mi rencor.

 

(El cura se va. El se sienta en la cama)

 

Mi Papa, el capaz, con sus veleros sobre el río, subiendo solo a Chuquisaca con veinte años. El que me enseño los conflictos reales. Padre me hablo de mejorar la sociedad. El que me dicto peticiones, renuncias, nombramientos y de cómo se gestaba la coima en un proyecto. En la revolución nadie lo molesto. Temían sus denuncias. La aduana cambio de manos los negocios eran masa abundantes. Me hablo que se necesitaba gente de mérito y sin capitanejos. En la misa peleaba los lugares de prestigio, pero para él la iglesia era poder pintado levemente de fe, la esperanza y la caridad. Padre, nunca me atreví preguntar por mi color aceitunado y mis rulos, hubiera sido ofenderte, vos privilegiabas el valor de construir.

 

(Se levanta de la cama. Esta gimiente y grita. Entra Azucena y lo contempla en silencio)

 

Argentinos, sangre de turros, alevosos criminales, cretinos, hipócritas. Impotentes. Analfabetos. Ladrones. Es imposible maldecirlos. La mierda no puede confundirse con ustedes. ¿Dónde están los que gritaban revolución? Me duele el cuerpo, las ideas se quedan en el odio, en lo que paso, y la muerte camina junto a mi sombra. Las derrotas son mentiras, pero estremecen profundo. Estaba todo por hacerse y todo lo fueron destruyendo. País miserable que aborta a sus hijos. Matarifes. Me hirieron una y otra vez como los perros cimarrones. Me quedé con el rencor. Ellos se quedaron con el poder, los negocios y los asesinatos. ¿Alguien me recordara por dar el nombre de Argentina a nuestra primera ley? Estaba rodeado de traidores, jefezuelos, rapiñaros. Hay una vaca destrozada que muge. Intente un camino principal. Todo se lo llevara la muerte incluso mi rencor.

 

(Azucena logra levantarlo y llevarlo al camastro. Le da de beber. Benito se calma)

 

-Así me gusta, los nervios no sirven de nada. Olvide el rencor, con todas las cosas que le dio a su pueblo, con la potencia que lo hizo, para que volver a los recuerdos odiosos.

 

-¿Encontraste las cucharas? (Ella niega con la cabeza) Clara y Gertrudis son las que estuvieron cerca del mueble de la cubertería ¿esa así?

 

-Señor ¿es que usted no ha visto en la última cena cómo se guardaban alegremente esos cubiertos en sus petacas?

 

-¿Cómo no me avisaste?

 

-¿Acaso no son sus herederas?

 

-Aún no estoy muerto. Argentinas ladronas, arpías carroñeras, perversas. Vas a ir a buscar al escribano, testare a favor de mis hijos que aunque federales no fueron traidores de su padre. Vacuas mujeres. Iras a su casa y le dirás que están desheredaras y que me devuelvan los cubiertos robados. Llama al escribano. Cambiaré mi herencia.

 

(Llegó la noche. Azucena prende una vela. Bernardino intenta aclarar sus ideas. Se incorpora barruntando)

 

Fragmento del cuento morir en Cádiz de Alejo Piovano

 

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